“La sabiduría nace cuando el pensamiento científico se encuentra con la conciencia del ser.” Fritjof Capra Autor de El Tao de la Física
Por mucho tiempo, el mundo era observado desde la separación, en la rigidez de lo medible y lo tangible. La física newtoniana nos enseñó que el universo era como una gran máquina y que el cuerpo humano no era más que una pieza dentro de ella: predecible, fragmentado, mecánico. Un conjunto de partes que funcionaban por separado, como engranajes de un reloj.
En ese modelo, la enfermedad era un fallo local. Un desajuste físico que debía corregirse con precisión técnica. Las emociones, la energía, la conciencia… simplemente no tenían lugar. Si no podía tocarse, pesarse o verse, no era real. No importaba.
Y así fuimos olvidando lo más esencial: que somos mucho más que carne y hueso. Que la energia también forma parte de nuestra naturaleza. Que cada célula vibra, siente, recuerda. Que la mente no está separada del cuerpo, y que ambos responden a una red profunda de conexiones invisibles.
Hoy, algo está cambiando. Comenzamos a mirar con otros ojos. A escuchar con el cuerpo. A sentir con el alma. Y en ese espacio silencioso, más allá de lo obvio, comienza el verdadero viaje: el regreso a nosotros mismos.
La antigua ciencia decía: «Piensa en tu cuerpo como una máquina». La nueva ciencia dice: Tu cuerpo es una orquesta vibratoria que responde a cada pensamiento, a cada emoción, a cada creencia que tienes sin darte cuenta.
y hoy comprendo el inmenso poder que tienen nuestras creencias sobre la realidad que vivimos cada día.
“La vida perfecta no existe” me repetía mi padre y yo le creí.
También creí que había que esforzarse mucho para lograr todo lo que quería.
Algo parecido me pasó con el amor, me enseñaron que esas eran “historias de princesas”. Y al ver a las mujeres de mi familia conformarse, aceptar en silencio porque el matrimonio “debía durar para siempre”, también me lo creí y sin darme cuenta mi vida se regía por esas creencias.
La figura masculina en mi casa siempre fue fuerte, autoritaria, controladora, rígida. Esa energía tan dominante me molestaba… profundamente, pero lo curioso fue que, cuando crecí y me hice consciente de mis acciones, me observe muy similar a ellos.
Y eso dolió, porque una parte de mí no quería ser así. No quería repetir. No quería vivir desde el esfuerzo, desde la dureza, desde la resignación.
Y ahí fue cuando comenzaron a surgir las preguntas:
¿Por qué soy como no quiero ser?
¿Por qué vivo como no quiero vivir?
¿Por qué todo tiene que ser con tanto esfuerzo?
¿Por qué el mundo sufre?
Mi vida, como la de muchos, estaba condicionada por una saturación de sufrimiento. Me sentía agotada de perder en los negocios, de repetir patrones dolorosos en las relaciones, de caminar en círculos sin entender por qué.
¿Por qué, si una parte de mí era tan noble, tan entregada, había otra que reaccionaba con fuerza, con rabia e impulsividad?
Esa contradicción interna me dolía. Era como vivir dividida entre la versión que quería ser…Y la que reaccionaba desde viejas heridas que aún no había sanado.
Era tanto el dolor y la confusión que sentía en mi corazón, que hubo un momento en el que quise terminar con mi vida.
Recuerdo ese instante…Miré al cielo, con lágrimas en los ojos, y le hablé a Dios, un Dios en el que ya casi no creía.
Le dije: “Muéstrame si existe algo más grande, porque ya no puedo más.”
Siempre había estado esperando un milagro, uno de esos que lo cambian todo, pero no llegaba.
Sí… Aparecían señales, pequeños milagros, pero mi vida no cambiaba como yo deseaba y eso me desgastaba aún más.
Hoy, con el corazón más sereno, entiendo algo que antes no podía ver con claridad: las casualidades no existen.
En ese mismo instante, un taxista — desconocido total— se me acercó, me preguntó qué me pasaba, vio mi tristeza y se compadeció. Empezó a compartirme una información que, siendo honesta, en ese momento me pareció extraña… pero al mismo tiempo, me brindó paz increíble.
Me dijo que llamara a una señora que vivía en New Mexico, ella le había ayudado a transformar su vida y la de toda su familia. Me dio su número, su nombre. Me insistió con una mirada que decía confía.
Y lo hice… Llamé.
Ella, al escucharme, no dudó. Me atendió al siguiente día, convirtiéndose en mi guía durante dos años.
Hoy sé que ese encuentro no fue una coincidencia, fue la magia de la sincronicidad.
Una fuerza mayor que a veces se manifiesta en los detalles más simples. Como un taxista, una llamada, un gesto inesperado que llega justo cuando más lo necesitas…
Fue en ese momento cuando comenzó mi despertar. Empecé a darme cuenta de algo que antes no veía, porque nunca nadie me lo enseñó pero que estaba profundamente dentro de mí: desde el momento en que mi vida comenzó a formarse, en cada célula y cromosoma, llevo la información genética de mis padres y mis ancestros
Esa célula comienza a dividirse en dos y luego cada una en otras dos y asi se siguen dividiendo y transmitiendo esa información para formar un bebé. Pero no es solo eso: mientras estoy en el vientre de mi mamá, también recibo nutrientes y las sensaciones de sus emociones y esas emociones quedan grabadas en mis células, formando parte de mí.
Y no solo eso, sino que hasta los 7 años, Absorbo la información del mundo que me rodea, todo lo que experimento queda guardado en mis células
Hoy, la epigenética lo confirma: estamos influenciados profundamente por nuestro ambiente, por cada detalle e impacto emocional negativo y positivo.
Entonces comprendí algo poderoso y, a la vez, sorprendente: yo no controlo mi realidad, sino que la controla mi mente subconsciente.
Esa revelación fue como entrar a un mundo desconocido, misterioso, pero lleno de posibilidades.
A partir de ahí, empecé a comprender la biología, el cerebro, la neurociencia.
Descubrí que todas esas creencias con las que crecimos en la niñez no están escritas en piedra. Gracias a la neuroplasticidad —esa capacidad del cerebro para regenerarse y adaptarse— podemos reprogramar esas creencias, cambiar patrones, transformar la personalidad y nuestra realidad desde la salud, el amor y las finanzas.
Si nuestras células guardan información y creencias, también pueden ser reprogramadas, porque en realidad, yo atraigo todo a través del poder de la energía.
Cada uno de nosotros está compuesto por átomos, 99.9% energía y solo un 0.01% materia, quiere decir que somos energía vibrando en todo momento.
La información almacenada en nuestras células es la que crea nuestra realidad, por esta razón la sanación energética es tan importante y poderosa.
Aquí fue donde descubrí el regalo más grande del universo: mi vida no está condicionada al sufrimiento.
Todo aquello que me limita, que no me gusta de mí o de mi vida, puede transformarse. No porque deba forzarme a cambiar, sino porque al expandir mi conciencia, puedo ver que esas limitaciones no son verdades absolutas… son solo creencias.
Y lo más liberador es saber que al abrirme a nuevas perspectivas, no traiciono mis ideas ni mis valores. Al contrario, los enriquezco. Porque todo este conocimiento sobre la mente, las emociones y la energía no es fantasía: está respaldado por la ciencia, por la neuroplasticidad, por la epigenética, por estudios que demuestran que podemos reescribirnos desde adentro.
Cambiar no es negarse, es recordarse. Es elegir con conciencia quién quiero ser.
Cuando me hago consciente de mis limitaciones, encuentro en mí la capacidad para transformarlas.
Como dijo Albert Einstein, “el mundo es energía y no materia.”
Y aunque creímos por mucho tiempo que solo la materia afectaba a la materia, hoy la física cuántica ha revolucionado esa idea: todo está compuesto por átomos, y esos átomos están hechos de energía.
Mi propósito ahora es transmitirle a la humanidad un mensaje muy importante: sí se puede cambiar.
Yo misma he cambiado muchos aspectos negativos y las he transformado gracias a la reprogramación y la sanación interior.
Cada paso que das en este camino de autodescubrimiento es un paso hacia la libertad, hacia la vida consciente y abundante que todos merecemos vivir.
La abundancia es un estado natural del ser
Y ahí empezó algo distinto. Un llamado. Un susurro interno que me invitó a mirar más allá de lo aprendido, a cuestionar las verdades heredadas, a recordar quién era antes de convertirse en todo eso.
Lo que llamamos cuerpo es, en realidad, un tejido de información viva, resonante, formado por ondas organizadas de energía. Y esta energía no es neutra. Tiene color, tiene ritmo, tiene dirección. Está influida —y modificada— por lo que sentimos, por lo que creemos y por las historias que repetimos sobre quiénes somos.
A eso lo llamamos “realidad”, pero la palabra es limitada. Lo que en verdad vivimos es un reflejo de la forma en que estamos sintonizados internamente. Un reflejo del nivel de conciencia desde el cual interpretamos lo que ocurre.
No es magia, no es espiritualidad “positiva”. Es coherencia vibracional.
La física cuántica lo confirmó: la conciencia no es una consecuencia del cerebro. Es una fuerza organizadora. La mente no está encerrada en la cabeza. La mente es un campo expansivo, interconectado, que codifica, recibe y transmite información constantemente. Es como una señal de radio que modela nuestra experiencia. No es que vemos para creer, es que creemos y por eso vemos.
Los sabios antiguos lo sabían, aunque lo decían en otros lenguajes: el alma no es algo que «tenemos», es lo que somos en nuestra forma más pura. Hoy lo podemos traducir así: somos energía consciente, envuelta en un campo biológico que sirve como puente entre lo visible y lo invisible.
Y ese campo se altera. Se contamina. Se desorganiza. No por factores externos únicamente, sino por lo que almacenamos sin limpiar: el miedo que no procesamos, el trauma que negamos, el vacío que evitamos.
La expansión de conciencia no es un concepto esotérico. Es un requerimiento biológica…Porque solo ampliando nuestra percepción, solo cuestionando las historias heredadas, solo sintiendo de verdad nuestras emociones sin reprimirlas, podemos reajustar el código interno que moldea lo que experimentamos afuera.
No hay división real entre biología y espiritualidad. Lo que sentimos, creemos y pensamos, configura el estado de nuestras células, la química de nuestro cerebro, la activación o inhibición de nuestros genes. Esta no es una afirmación metafórica, es epigenética, neurociencia ¡Es coherencia energética!
Cuando vivimos en miedo, ansiedad, culpa o separación, el campo se vuelve denso, incoherente, fragmentado. La energía no fluye. La comunicación entre nuestras partes se interrumpe. Por eso enfermamos, por eso nos sentimos vacíos incluso con todo lo que “debería hacernos felices”.
Al activar el amor —no el amor romántico, sino la vibración original de la vida, esa que unifica, que ordena, que regenera— el campo se realinea.
El corazón emite una frecuencia coherente que impacta el cerebro, los órganos, las células.
Las heridas no son errores, la tristeza no es un enemigo: Es un llamado, todo lo que te pasa, en realidad, te está pasando para ti. El universo no castiga ni premia: resuena.
La transformación interior no es “mejorar”, es regresar al centro, despejar las interferencias que te alejaron de tu esencia, recordar que dentro de ti hay una chispa que conoce el camino, incluso cuando tu mente no lo ve claro.
Esa chispa es tu diseño original, tu poder creador y no hay circunstancia más fuerte que eso, porque esa chispa es el mismo campo que sustenta las estrellas.
La espiritualidad dejó de ser opcional, este es el momento de los que sienten diferente y han comenzado a escucharse, autoconocerse.
Tu cuerpo lo sabe. Tu alma lo espera. Y la vida está dispuesta.
El resto… es solo vibración.